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lunes, marzo 22

Ocaso


El oscuro día de continua lluvia, no dejaba lugar a que el sol se vislumbrara ni por un solo instante. Era un día absolutamente gris y negro, negro o gris, el agua seguía cayendo y cayendo tras el cristal, como si fuera una urbanita catarata sin final, yendo sin otro remedio  hacia el precipicio, agua y más agua, lágrimas y más lágrimas. Todo era por algo, nada es casualidad, los acontecimientos se precipitan velozmente, como en la catarata que le seguía hipnotizando, vienen sin avisar y de golpe hay que digerirlos, sin más.

La tristeza le acompañaba como el nublado día, que le invitaba al recogimiento y a la meditación.  Se preguntaba -¿por qué?- pero, no aparecían los –porque…-.

¿Cómo habían llegado a ese punto tan dolorosamente insoportable?, tras la comunicación rota, ¿qué hacer?, ¿no comunicar?, ¿no decir nada?, ¿ni siquiera una explicación de qué está pasando?, algo que le sugiriera, al menos, poder entender, comprender, empatizar. Al fin y al cabo era su única manera de asimilar y poder avanzar. Pero no, sólo vacío y desolación, pena y tristeza, dolor e incertidumbre.

El final es duro de encajar así, de esta manera.