Dulce noche de verano como colofón a una etapa que había emergido hacía ya algún tiempo casi sin intenciones, ni implicaciones, ni expectativas de nada, pero lo importante es que todo se había ido tejiendo con la delicada y exquisita fluidez de cuando no se espera nada y resulta que grandes cosas se ofrecen a la vez.
Se ofrecieron risas, nuevas ilusiones, dulces miradas, complicidad, sorpresas, brindis, de licor digestivo con sabor a regaliz, al suelo y al infinito, palabras de buenos deseos, cálidas y contenidas emociones de saber que había algo sólido y verdadero entorno a la mejor postal nocturna y que ahora iluminaba esa gran palabra que era para ella, "amistad".
Consciente de que no se cerraba etapa, sino que continuaba en el deambular de la vida errante, sin rumbo, o con el rumbo marcado ya por una brújula que siempre nos apuntaría al Sur. Ya todos nuestros polos estarían para siempre imantados en el Sur, como máximo recibidor del que siempre espera y siempre recibe con los brazos abiertos por muy al Norte que queramos huir.
Deseaba que esa brújula, guiara, nos guiara siempre de la mejor manera posible, hacia algún punto sabio, en calma y dicha.
Aquella mañana al despertar, tras la resaca después de la noche de verano con sabor a regaliz, tragó saliva para deshacer el nudo que le producían las despedidas...o mejor dicho los "hasta pronto". Podría haber hecho un discurso, como en su sueño, de gratitud y bondad por todo lo bueno que se había ofrecido, ella era así y no podía evitarlo, pero acariciaron el nuevo rumbo, sonrieron y bromearon con "Cayetana", siempre una carcajada sienta mejor y ayuda eliminar de manera más fácil los nudos atravesados y a relajar los ánimos tristes del adiós.