Intentamos hacer las cosas lo mejor que sabemos o podemos. Damos todo porque las cosas salgan bien, apostamos al órdago mayor si hace falta, nos empeñamos una y otra vez, pero la vida está llena de giros y obstáculos inesperados, rayos y truenos que nos asaltan y nos hacen naufragar. Justo cuando parece que tu barco llega a tierra y parece que se aproxima a buen puerto o cuando crees que tienes el timón bajo control y con buen rumbo...aparece una gran ola y te tira y caes sin flotador. Si tienes suerte, sólo te haces un pequeño golpe que podremos curar con una simple tirita, pero otras heridas son más profundas de lo que parecen en un principio y se necesita más que una tirita, con algunas heridas te tienes que quitar la tirita, quizás mejor dejarlas respirar y darles tiempo para cicatrizar y curar.
A veces incluso, el daño nos pilla tan de imprevisto que es algo que ni siquiera podemos ver y no somos capaces de poner la tirita, porque no sabemos dónde.
Todos estamos dañados. Algunos más que otros. Cargamos con el dolor desde la infancia y luego, como adultos, seguimos a cuestas con él e incrementándolo, es parte de los riesgos vitales que asumimos desde que nacemos. Pero, la misión más importante es seguir intentando buscar una cura, poner una tirita, un remedio y dar lo mejor de nosotros mismo para minimizar los riesgos a dañar.