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martes, octubre 25

Las olas que trae el otoño

Empezaba a caer la noche sobre la ciudad que se preparaba para dormir y reposar otro día que se iba agotando a cada paso de cada granito de arena.
Un día más que se iba despidiendo como por inercia. Otro día más que giraba a través de sus mundos inciertos. Y mientras tanto se limitaba a contemplar y despedir olas y más olas, una tras otra, que iban rompiendo en la orilla de sus días y se desintegraban convirtiéndose en nadas de espuma blanca para luego disiparse de su vista sin más y para siempre.
Las olas de su otoño llegaban y al igual que iban viniendo, se iban marchitando como las hojas que caían e iban poblando, cual alfombra, todo el parque que día tras día atravesaba. Hojas que mientras las iba pisando, mutaban hasta convertirse en decadentes y vacías hojas, ya inertes de color ocre para pasar a la desintegración sin más.
El efecto producido era no causar ningún efecto, ya casi ninguna ola ajena captaba entusiasmo y dedicación. Sentimiento de que pocas olas eran las que ya importaban... puede que casi ninguna, todas iban pasando sin mayores penas, ni mayores glorias, una tras otra se quebraban delante de sus ojos y aunque le causaba un poco de hastío, ya tenía asumido el devenir de la inercia de los días, pero que al mismo tiempo le permitían seguir asumiendo lo verdaderamente importante del mar que habitaba.
Rastrear y captar emociones y sensaciones vitales era su plan de cada día. Tal vez descubriría nuevas olas traídas por la brisa suave del otoño, mecidas al amparo de otra noche cerrada que velaba todos y cada uno de los sueños y las aspiraciones que surcaban a través de su mar. Por eso, no cesaba en su búsqueda faustiana, por eso no paraba de abarcar nuevos objetivos y retos, su meta era alta y cada vez más elevada cada día. Sus no conformaciones con mediocridades o nadas de blanca espuma, impulsaban sus ansias por continuar y no desistir, asumiendo que la fortaleza también podría acompañar a la dulce espera de las nuevas olas que el nuevo otoño arrastraría… dulce esperanza coloreada de dulces ocres en la pataleta de los nuevos matices que ayudarían a remendar los daños colaterales que ocasionara...



“¿A dónde va? ¿A caso importa? ¿Creéis que a ella le importa estar flotando sobre 50.000 toneladas de acero que cada día reciben 28.000 olas? A veces más… ¿Es esto todo? ¿Matar el tiempo antes de que el tiempo te mate a ti? ¿Es esto todo? Olas y más olas… Nunca hay dos iguales.” (I. C.)

jueves, octubre 13

Vuelta a las montañas violáceas

Polo de atracción irresistible a lejanas tierras de altas y majestuosas montañas violáceas que esperaban impacientes a ser descubiertas, altas cumbres en donde sólo llegan las valientes y las que saben qué camino elegir para transitar de la forma más amable y coherente con su forma de sentir, aunque el sendero a veces se haga complicado y tortuoso y nada fácil de caminar por él, aunque los baches y las piedras desanimen para seguir intentándolo..., aunque nunca se sepa cuánto tiempo y energía nos va a consumir..., aunque el sudor frío acompañe y la vista se nuble a cada instante..., aunque los ánimos a veces desistan y nos coloquen banderas falsas de falsas esperanzas y sentimientos inexistentes y vacíos para confundirnos... aunque los espejismos constantemente nos estén engañando...


Se disponían a seguir inventando nuevas formas de vivir y sentir, explorar nuevos y atrayentes estados que guiaban el sendero inclinado. Camino que se hacía largo y pesado, pero que a cada paso percibían que nuevas sorpresas aguardaban detrás de esas sabias montañas que tan sólo el simple hecho de estar en ellas, ya merecía la pena. Tan sólo continuar explorando y colonizando nuevos dominios que esperaban ser destapados en su todo máximo esplendor, esa era la máxima que les mantuvo en todo el viaje despiertas y ávidas de emociones nuevas. Y para mayor fortuna el sol iluminaba, justo la temperatura perfecta, al igual que siempre acompañaban las sonrisas y risas sin fin y el buen hacer de cuando se está a gusto en, con y para el nuevo medio en el que habitaban, y del que disfrutaron a la máxima potencia como sólo ellas sabían, exprimiendo todo tipo de jugos que la vida les iba ofreciendo.
Y desde allí, desde las alturas de sus montañas violáceas con vistas infinitas a la inmensidad, se sentían seguras, diferentes y especiales, casi bendecidas por la vida y todas las posibilidades que podían divisar en el horizonte de nubes que navegaban por las montañas como flotando, como flotaban todos sus sueños y anhelos expectantes por cumplir.