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viernes, agosto 27

La hora inmensa

La hora llegó y tal como vino, llegó para quedarse, para ser inmensa. En el país de las fuentes eternas, del agua cristalina que da la vida más pura, de los escondidos callejones de colores, de los olores dulcificadores y aromatizados, de los balcones con miradores hacia el infinito, de las perfectas simetrías, de los arcos polilobulados, de las cuestas de jazmines encalados, de los jardines apacibles de luces y sombras, de la luna resplandeciente y del sol iluminador.... 
Todo se hacía inmenso y eterno en sus retinas, no podía ser de otra manera, los momentos vividos se hacían intensos y plenos en calma y sosiego.
Tornaron momentos para todo, todo tenía cabida allí en ese país lejano, lo bueno y todo lo menos bueno, se coló también en la inmensidad lo amargo. Lo amargo, de cuando todo lo que es vivido en intensidad y plenitud llega a su fin.
Retornó al entendimiento y al descubrimiento de casi todos los por qués. Todo lo amargo a la vez se convertía  en la tranquilidad de saber que las cosas fluyen sabiamente como deben fluir, como el agua de las fuentes que circulaba en aparente quietud y se dirigía sin otro remedio a completar y cerrar  el ciclo, sin más cuestiones e interrogaciones, tranquilidad de saber que la imperfecta asimetría también tenía su sentido y su razón de ser. Todo llega a su fin y converge en un punto final que puede ser eterno, inmenso.
Continuaron paseando por diferentes niveles a través  del país de la hora inmensa, en donde sonaban las notas de la danza del fuego fatuo y perecedero. Se sentían en planos diferentes, se miraban a través de prismas diferentes, la descomposición de luz que ambos planos refractaban, obtenían resultados diferentes, asimetría de sentimientos que contrastaba con la perfecta simetría que proyectaban los dibujos coloreados de los azulejos por los que paseaban. Aún así resultaron ser armónicas las luces asimétricas que ambos reflejaron en esa hora inmensa. 

martes, agosto 17

El hombre que quería vivir en un árbol

De nuevo sus pies les condujeron como tiempo atrás, hacia uno de sus lugares favoritos, un rincón con alma propia, lleno de vitales improntas que le daban un carácter especial, peculiar…, un halo de espíritu bohemio y festivo impregnaba inconfundiblemente sus calles. Agua y brisa salpicaba la estival noche suavizada y ellas, lo agradecían.
Entre medias de sus disertaciones sin fin y de la descuartización de las emociones y de los sentimientos, la voz tras el teléfono dulcificó aún más su momento de nerviosa inquietud y aún más cuando hizo acto de presencia aquel hombrecillo con su nariz roja, ojos saltones de mirada azul, mitad payo, mitad húngaro, de sangre apasionada, de sonrisa vital y verborrea persuasiva. En su mano depositaba escondidos regalos procedentes de la lejana tierra de oriente, siguiendo la estela de la ruta de la seda y… voilà!! unos alfileres de madera era su peculiar ofrecimiento, en donde insertar nombres y palabras descriptoras: ...amaneceres incondicionales...., el resultado.
Se sentó junto a ellas, juntaron sus birras, sus pipas y sus historias, sus sueños y sus esperanzas, sus desprendimientos, sus aciertos y sus fracasos...la vida era una gran coctelera y si se agita con manos entrelazadas, parece que resulta más liviano el esfuerzo de mover su mezcla.
El hombrecillo de alma gitana y errante quería demorar y estirar la noche invitándoles a dirigirse a un acogedor bar mitad siciliano, mitad victoriano. Ellas sin pensarlo dos veces asintieron, mostrando empatía hacia él y hacia su trágica vida. 
Por amor vivía en un  palacete, un palacete céntrico sí, pero desprovisto de condiciones habitables, quería cambiar de vistas y mudarse para colonizar un árbol, en donde subiría su colchón para amortiguar los ruidos de la noche, mitigar el calor y el sin calor humano. Mostrando una mochila, era todo cuanto poseía, en ella guardaba un preciado tesoro, un libro en blanco en negro y alguna que otra pincelada de color, retratos de su Lola, su florista que vendía jazmines en verano y rosas en invierno, había sido y seguía siendo su gran amor, su punto de esperanza y cordura, pero un punto al que ya no podría regresar nunca, aunque su corazón le siguiera perteneciendo. Cual dandy trasnochado ya sólo le pertenecían un montón de amigos artistas de los que presumía incansablemente y un bote de líquido para enjugar sus lentillas, las que le hacían ver y sentir el presente con cierto aire de nostalgia, pero aún con mucha vitalidad e ingenio entusiasmado. 
Vitalidad que le acompañaba cada noche, cuando se desprendía de las desgastadas y secas lentillas y asomado al balcón de su palacete escribía sus memorias y relatos, bajo la tenue luz de la farola y bajo la esperanza de que esos escritos vieran algún día la luz, una luz que no fuera de farola.

martes, agosto 10

Ley natural del cambio



Llegó abatida hacia la madrugada, justo antes de levantar el alba, la noche había sido intensa, se sentó a los pies de su cama pensativa, interiorizando vivencias y percepciones nuevas, mientras buscaba su pijama perdido entre las sábanas, al fin una pequeña brisa se colaba por su ventana, calor y más calor había sido la tónica del día y de la noche, calor embriagador y saturador.

Le costaba respirar, así como casi no le costaba nada adaptarse a los cambios, últimamente los cambios le impulsaban hacia adelante casi sin darse cuenta y le daban aún más vitalidad que nada, era la única manera de continuar,  sin ellos retrocedería en vez de avanzar.
Debía idear formas nuevas para curarse constantemente, reciclaje del yo, resetear el interior y seguir avanzando, neutralizar sentimientos sin más remedio y seguir aprendiendo de todo.
Cambiamos. Nos adaptamos. Creamos nuevas versiones de nosotros. Sólo debemos cerciorarnos de que es mejor que la anterior. Eso es todo lo que debemos conseguir. 
Cerró los ojos e intentó que Morfeo le acompañara esa cálida noche estival.


miércoles, agosto 4

Pax fugit

La paz se siente por unos instantes y en otro instante se va, podemos sentirla cuando y donde menos la esperamos, tan sólo nos basta poco...una caricia, un gesto, una mirada, una palabra, una sonrisa, un paisaje, el consuelo de nuestra rutina, hacer las cosas de la mejor forma posible...Todos los días podemos experimentar pequeños o grandes momentos de paz, el truco es saber detectarlos cuando llegan y abrazarlos intensamente, para luego dejarlos marchar para siempre.