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martes, agosto 17

El hombre que quería vivir en un árbol

De nuevo sus pies les condujeron como tiempo atrás, hacia uno de sus lugares favoritos, un rincón con alma propia, lleno de vitales improntas que le daban un carácter especial, peculiar…, un halo de espíritu bohemio y festivo impregnaba inconfundiblemente sus calles. Agua y brisa salpicaba la estival noche suavizada y ellas, lo agradecían.
Entre medias de sus disertaciones sin fin y de la descuartización de las emociones y de los sentimientos, la voz tras el teléfono dulcificó aún más su momento de nerviosa inquietud y aún más cuando hizo acto de presencia aquel hombrecillo con su nariz roja, ojos saltones de mirada azul, mitad payo, mitad húngaro, de sangre apasionada, de sonrisa vital y verborrea persuasiva. En su mano depositaba escondidos regalos procedentes de la lejana tierra de oriente, siguiendo la estela de la ruta de la seda y… voilà!! unos alfileres de madera era su peculiar ofrecimiento, en donde insertar nombres y palabras descriptoras: ...amaneceres incondicionales...., el resultado.
Se sentó junto a ellas, juntaron sus birras, sus pipas y sus historias, sus sueños y sus esperanzas, sus desprendimientos, sus aciertos y sus fracasos...la vida era una gran coctelera y si se agita con manos entrelazadas, parece que resulta más liviano el esfuerzo de mover su mezcla.
El hombrecillo de alma gitana y errante quería demorar y estirar la noche invitándoles a dirigirse a un acogedor bar mitad siciliano, mitad victoriano. Ellas sin pensarlo dos veces asintieron, mostrando empatía hacia él y hacia su trágica vida. 
Por amor vivía en un  palacete, un palacete céntrico sí, pero desprovisto de condiciones habitables, quería cambiar de vistas y mudarse para colonizar un árbol, en donde subiría su colchón para amortiguar los ruidos de la noche, mitigar el calor y el sin calor humano. Mostrando una mochila, era todo cuanto poseía, en ella guardaba un preciado tesoro, un libro en blanco en negro y alguna que otra pincelada de color, retratos de su Lola, su florista que vendía jazmines en verano y rosas en invierno, había sido y seguía siendo su gran amor, su punto de esperanza y cordura, pero un punto al que ya no podría regresar nunca, aunque su corazón le siguiera perteneciendo. Cual dandy trasnochado ya sólo le pertenecían un montón de amigos artistas de los que presumía incansablemente y un bote de líquido para enjugar sus lentillas, las que le hacían ver y sentir el presente con cierto aire de nostalgia, pero aún con mucha vitalidad e ingenio entusiasmado. 
Vitalidad que le acompañaba cada noche, cuando se desprendía de las desgastadas y secas lentillas y asomado al balcón de su palacete escribía sus memorias y relatos, bajo la tenue luz de la farola y bajo la esperanza de que esos escritos vieran algún día la luz, una luz que no fuera de farola.

2 comentarios:

  1. me ha molado mucho.
    Mucho, mucho.
    Qué gran personaje!
    mirta-desde la cuenta de mi hermana

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  2. yep, otro personaje más que se nos imantó :))

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