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viernes, diciembre 10

En la ciudad de la samba I

El viaje comenzó algo accidentado, el pájaro que les llevaba a tomar el avión, no quería arrancar, la megafonía indicaba cambiar de vagones, con la demora que eso supondría en la sincronía perfectamente coordinada hasta enlazar con el aeropuerto. Pero no, sólo fue falsa alarma, tras veinte minutos de retraso, se plantaron de nuevo en la ciudad hostil, a tiempo de embarcar rumbo a la ciudad de la samba que ya les estaba esperando con los brazos abiertos. Impacientes por llegar, diez horas de vuelo se les hizo eterna, películas tristes y lágrimas amenizaron el viaje, así como dolor de cabeza, pero no importaba, estaban expectantes por aterrizar y tomar conciencia de una nueva realidad que les aguardaba.
Por fin, pusieron pies en la tierra cálida, la temperatura que les saludaba les emocionaba, era increíble que regresaran al verano, y acababan de despedir al invierno en tan sólo diez horas!!!.
El camino hacia el hotel les hizo tomar conciencia del país y de su pobreza, casi el 50% de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza, y eso era desolador, pasaron a través de casas a medio construir, ladrillo tras ladrillos levantados a duras penas y tras mucho esfuerzo, ese era su hogar, cuatro ladrillos mal soldados que les arropaba de la oscura noche.
Al fin, llegaron al hotel, no esperaban esa triste y blanquecina luz de la habitación y baño, pero estaba bien, después de lo que habían visto, eran afortunadas. A la mañana siguiente, el desayuno con un tenue café aguado y algo de frutas les esperaba para comenzar un largo y aventurero día en busca y captura del cambio de moneda. Peregrinaron banco tras banco, descubriendo una ciudad que se les presentaba decadente y gris, y a la vez llena de color y alegría, sus calles estaban salpicadas de puestos ambulantes de vistosas y exquisitas frutas, de delicada artesanía, de sonrisas que deleitaban la primera toma de contacto con la ciudad. La visita a su casco histórico, declarado patrimonio histórico para la humanidad, fue deliciosa, sus soteropolitanos les saludaban y les alegraban al pasar, por algo era la capital de la alegría, ofreciendo multicolores collares, pulseras, anillos de bellas piedras preciosas...
Almorzaron arropadas en una bella y acogedora plaza, de S. Francisco, al más puro estilo decadente colonial, se amenizó de bellos sones de jazz y bossa nova, el calor les apalancó para disfrutar del trasiego de los vendedores ambulantes, de una birra bien fría, de un dulce café aromatizado y cremoso helado...estar sentadas allí contemplando y escuchando era puro deleite para los sentidos, que se abrían y agradecían en plenitud.
Los sones de Olodum, en Pelourinho, nos marcaron el paso con mágico compás y ritmo, y los piés se movían sin querer tras esos sones, a golpe de percusión los corazones vibraron en esas calles empedradas y desniveladas de casa de colores y bailando se quedaron.

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