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miércoles, julio 13

La hilandera


La hilandera. Vincent Van Gogh

Algunos días se escapaban sin más. En otros, el tiempo se difuminaba a lo lejos coloreado en tonos azules, eran momentos reposados y relajados junto a su único amigo capaz de consolar y amortiguar. Él, seguía siendo su único sanador capaz de devolverle a un lugar de partida con incertidumbre, pero podía vislumbrar, al menos, algún sentido allá a lo lejos.... Volvía al lugar, en donde todo el devenir de las olas errantes se construía en calma y armonía, sin más pretensiones que no esperar nada, y paradójicamente, fue justo en ese lugar donde un buen día se gestó también el todo, hace tiempo ya...

Mientras tanto, sentada en el alféizar de su muro, seguía tejiendo con los hilos ya blancos del tiempo desgastado, sufrido y también, saboreado intensamente. Ni sabía qué tejería, pero algo haría con esos hilos, era aún algo incierto que estaba por desvelar, puede que hilara una manta para cubrirse cuando llegaran los rigores del invierno, o para tapar las miserias, mediocridades e incoherencias que aparecían en cada estación y que éstas quedaran bien ocultas, apenas imperceptibles, o puede que sirviera para ocultar miedos que de tanto en tanto perturbaban y llenaban de desasosiego, aún más en medio de su horror vacui.
Diluir en el tiempo dolor y tristeza, esa era su única inmediata pretensión para continuar tejiendo. Desliar el nudo que se había instalado en su garganta y que oprimía su inhalación normal. Ella, sólo quería tener una respiración que le permitiera insuflar aire reparador, tomar las dosis adecuadas de oxígeno que le dejara seguir. No dejar de mover la rueca, y proseguir el movimiento al fin y al cabo e hilar, hilar, sin parar..., seguiría buscando incansable y deshaciendo los nudos de todos sus hilos conductores.


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